By Jimena Massa
17.06.2001 / www.lanacion.com
Por medio de un aviso en los diarios, el director suizo-alemán seleccionó a sus actores La condición: que trabajaran de porteros y que quisieran dramatizar sus experiencias
CORDOBA.- ¿Cómo vencieron el pudor y se animaron a contar anécdotas, jugar al truco o tomar mate en el medio de la calle, bajo la mirada atónita de peatones y conductores? ¿Cómo aprendieron el guión e incorporaron recursos expresivos dignos de un actor? ¿Cómo es que lograron sorprender y conmover sin más estrategia que un texto simple y una puesta mínima?
Esas y otras preguntas surgieron entre los espectadores de "Torero portero", que abandonaron la pequeña sala extrañados y satisfechos, tras comprobar que las historias y gestos más cotidianos pueden convertirse en la materia prima de un hecho teatral muy singular. Es que los protagonistas de esta obra-performance, que se presentó hasta el domingo último en esta ciudad, son los verdaderos dueños de esas historias y esos gestos. Los protagonistas de "Torero portero", que trata sobre el trabajo de los porteros (de edificios, fábricas o clubes), son los propios porteros. Y para ellos, que hasta ahora se la pasaban renegando con consorcios, vecinos, noches en vela y pesados llaveros, la decisión de hacer teatro fue asimilada "como un trabajo más". Eso permitió que se sobrepusieran a "las cargadas de los transeúntes, familiares y amigos", y que salieran a actuar con la misma convicción de quien sabe que así se gana el sustento. Eso permitió también que cada una de sus intervenciones estuviera dotada de una credibilidad natural: ellos contaron sus propias experiencias y describieron las peripecias de algo que conocen perfectamente bien: su trabajo.
Edgardo Norberto Freytes, Tomás Kenny y Juan Domingo Spicogna, los tres porteros convertidos en actores, llegaron a la obra a partir de un aviso clasificado que publicó en un diario local el director suizo alemán Stefan Kaegi (especialista en los denominados ready-mades teatrales) en el cual se pedían "porteros con más de 40 años". Y Kaegi llegó a Córdoba invitado por el Instituto Goethe, dispuesto a hurgar en la realidad de este oficio para luego documentarla mediante el teatro. "Estoy interesado en las ficciones, pero sólo donde se confrontan con la realidad", explicó días antes del estreno de la obra. El joven director, de 28 años, dice que no le interesan los actores, y entonces se dedica a buscar personajes reales, que no necesiten componer ningún papel y que sólo sean capaces de representar su rol habitual ante unos espectadores que no son los habituales. Anécdotas de la vecindad La/s historia/s de los porteros transcurren en la céntrica calle Rivadavia (transitada, pero no lo suficiente como para impedir el movimiento de los "actores"), justo frente a un estudio de radio vidriado, que fue adaptado como sala desde la cual el público observa las escenas que ocurren afuera. Bajo las luces instaladas en la vereda y con la ayuda de micrófonos inalámbricos, Edgardo, Tomás y Juan cuentan las peripecias de su tarea: cómo la soledad de la noche los empuja a bailar boleros abrazados a ellos mismos, qué difícil es congeniar las manías de cada vecino y cuáles son las razones por las cuales no se recomienda alquilarles a estudiantes. A veces están de pie en la vereda, calle de por medio con la sala, relatando una vivencia cotidiana, y por momentos se sientan en unas banquetas para jugar al truco y tomar unos mates que ayudan a combatir el sueño.
Así se suceden las anécdotas de los chicos del tercer piso que asustaban a los vecinos con un esqueleto, de la viuda del cuarto que invitaba a su amante dejando un felpudo como seña o del gato que se ahogó en el lavarropas durante la madrugada. Los testimonios se intercalan con imágenes de la película americana "Por amor o por dinero", de Michael J. Fox, que cuenta la historia de un conserje-portero de hotel que tiene el sueño de regentear su propio establecimiento (la película se proyecta sobre una pantalla que se despliega sobre el vidrio y que luego se enrolla, según las necesidades de la obra). La ficción da lugar a que ellos confiesen sus sueños reales: uno quiere conseguir trabajo y reunir el dinero suficiente para llevar a su familia a Europa; otro anhela tener una fábrica y no volver a trabajar en relación de dependencia, y el tercero, una casa de campo. Actuar, un trabajo más La veracidad de las anécdotas que cuentan se hace más evidente gracias a las imágenes filmadas en sus respectivos lugares de trabajo. Así aparece Juan, mostrando las instalaciones (y la portería, por supuesto) de la cancha de Instituto; y Tomás, parado en la puerta de una fábrica donde él se desempeñó como portero hasta quedar desocupado. En ese punto, aunque no se lo propone, la obra funciona como un despertador de conciencias en relación con el tema del desempleo. "No tenía idea de cómo era este mundo del teatro, pero el obrero argentino está capacitado para todo", cuenta Juan, tras confirmar que su deseo ahora no es dedicarse a la actuación, sino conseguir un trabajo estable.
Kaegi ya regresó a Alemania, donde lo esperan dos nuevos proyectos: representar el Congreso de Viena con cincuenta cobayos y contar las historias subterráneas de un barrio de Francfort que tiene edificios con profundos subsuelos. Su paso por esta ciudad fue fugaz, pero suficiente. En pocos días consiguió a los particulares actores, armó el refrescante guión y demostró que las minucias de una sencilla profesión pueden provocar risas y admiración cuando se ponen bajo la lupa del talento creador. "Torero portero" hizo doce funciones, todas con la pequeña sala desbordada de público. Además de los porteros, trabajaron Alejandra Bredeston (escenografía), Ariel Dávila (dramaturgia), Soledad Sánchez y Francisco Sarmiento (iluminación), Mariano Dellaferrera (locación) y Pablo Belzagui (sonido).
http://www.lanacion.com.ar/01/06/17/ds_313213.asp LA NACION | 17/06/2001 | Página 5 | Espectáculos