Von Carlos Pacheco
25.03.2003 / La Nación
"¡Sentate! Un zoostituto." Concepto y dirección: Stefan Kaegi. Intérpretes: Stella Maris Romero, Enrique Santiago, María Luisa Cisale, Martín Fernández y Alberto Cáceres. Asistencia artística y dramaturgia: Ariel Dávila y Gerardo Naumann. Iluminación: Matías Alejo Sendón y Ricardo Sica. Escenografía: Oscar Carballo. Edición de video: Gabriel Valls. En el Teatro Sarmiento. Complejo Teatral de Buenos Aires.
Nuestra opinión: muy bueno
Para muchos el sueco alemán Stefan Kaegi resultará un delirante que juega al teatro. Y en verdad sus creaciones tienen, exactamente, esos dos condimentos. Cuando uno termina de ver "¡Sentate! Un zoostituto" no puede menos que expresar "esto es un delirio", pero además reconoce que los cinco protagonistas humanos están jugando a hacer teatro y con unas ganas enormes. La síntesis es una performance muy elocuente que no sólo habla de la relación que establecen los hombres y las mujeres con sus mascotas, sino que refiere muchas cosas más, que cada espectador irá descubriendo si decide entregarse al juego; en última instancia, qué otra cosa se hace cuando se está ante una mascota.
Esas "cosas más" son muy personales, hasta muy privadas, están cargadas de significados y tienen que ver, sobre todo, con la historia individual del que mira. Y si además quien observa está acostumbrado a convivir con animales, el espectro puede ampliarse notablemente porque quizás hasta descubra hábitos propios de los cuales no era consciente.
Los personajes
Stella trabaja con su perra Garotita; Enrique, con dos tortugas (Manolo y Julieta); María Luisa con sus 14 conejos (los nombres de algunos son Borges, Cipe Lincovsky, China Zorrilla, Duhalde, Cortázar, Che Guevara, Tito Cossa, Bob Wilson, Sartre); Martín, con una iguana llamada Lacan III, y Alberto (un paseador de perros) presenta a los animales y describe quiénes son en directa relación con sus dueños. Cada uno de ellos posee una vida muy especial que los ha llevado a relacionarse familiarmente con una mascota.
Animales y seres humanos arman un espectáculo para hablar de ellos, para mostrarse. Hay mucha sensibilidad en el entramado de las distintas escenas/bloques/cuadros y hay también un mundo que se puede reconocer, que entretiene, que divierte, que provoca la reflexión y que posibilita además descubrir, entre otras cosas, cierta mimesis entre dueños y mascotas (Martín camina rápidamente en cuatro patas y la iguana levanta su cuerpo y lo sigue), cuántas fantasías puede poner un hombre o una mujer en su animal (los conejos de María Luisa llevan los nombres de personalidades que ella admira: China Zorrilla se llama así porque, según su dueña, es el más estrella de todos; el Che Guevara lleva ese nombre porque resulta ser el más revoltoso del grupo), cuánto negocio se puede armar a la hora de vender una mascota (Lacan III fue comprada en el Tigre, nació en Miami, y en este relato algunos puntos quedan oscuros). Sin duda también se puede hablar de las soledades individuales, de las carencias afectivas.
Búsqueda teatral
A Stefan Kaegi no le interesa el teatro tradicional. Sus historias y los intérpretes que las recrean -los actores- no le resultan importantes. Es un profundo y perspicaz observador de la realidad y extrae de esa realidad un momento, una anécdota, una situación, un personaje, un animal y les aporta teatralidad. Esto a la vez no es nuevo y tampoco extraño. Cualquier persona que intente observarse cuando está con su mascota y le habla o la reta o juega con ella está produciendo una situación teatral. Ahí está el germen de "¡Sentate! Un zoostituto" y del teatro de Kaegi, un teatro que por otro lado es muy crítico. Aunque no lo parezca este realizador -de imagen adolescente y timbre de voz muy pequeño- opina y por momentos de manera muy dura.
En una escena del espectáculo los narradores dueños de mascotas bajan del escenario y relatan lo que sucede entre los animales cuando se mezclan y se dicen frases como: "Jean Paul Sartre (conejo) está detrás de la Casa de Gobierno", "Duhalde (conejo) mira a Lacan (iguana), hay tensión", "Borges (conejo) se acerca al pueblo (conjunto de los animales) y quiere decir algo".
En "Torero portero" -una producción que Kaegi estrenó en Córdoba hace un par de años- sucedía algo similar. Estaba protagonizada por tres porteros y ellos sólo contaban historias que tenían que ver con los vecinos de los edificios en los que habían trabajado. El director, con mucha ingenuidad, explicaba que lo asombraba que en América del Sur mucha gente hablara de su portero como si fuera un vigilante, con toda la connotación que eso implica. Y en parte su investigación tomaba ese rumbo. Pero lo que en realidad a este creador le interesa es demostrar que los seres humanos tenemos unas aristas muy pequeñas que vale la pena reconocer. Y que no aparecen en ningún texto teatral porque seguramente los autores no las ven. Sólo pueden descubrirse cuando ese hombre o esa mujer están arriba del escenario, iluminados, con alguna pertenencia personal: un trabajo, en el caso de los porteros, o una mascota, en esta nueva experiencia. Esa pequeñez en escena es enorme y muy significativa.
Hay un ejercicio que puede resultar muy inquietante: qué pasa cuando uno observa a una persona que pasea a su perro por la calle y repara en que aquélla va hablando sola. Claro, la respuesta es inmediata: "No, no habla sola, habla con el perro". Quédese el lector con esa imagen y fantasee sobre ese ser, que habla solo. Así descubrirá muchas de las vertientes que incluyen las performances de Stefan Kaegi.